miércoles, 15 de febrero de 2012

Genealogía de las ideas.


Genealogía de las ideas.
Y arqueología de las ideas en el siglo XXI
Las ideas que uno tiene son las que ha robado. Pues lo que define el pensamiento de una persona no son las ideas que tiene sino las ideas que elige sostener, defender, adoptar.
Pero, ¿Cómo saber quienes son los legítimos padres de las ideas? ¿Cómo saber de dónde vienen y cómo se fueron trasladando, contagiando y modificando?
Hasta ahora pocas formas había de realizar esta genealogía de las ideas, de trazar el camino hacia atrás de las ideas comúnmente aceptadas a sus padres originales, a su origen fruto de la evolución de conceptos anteriores o de combinación de distintos conceptos previos.
Normalmente los historiadores del pensamiento rastrean los escritos de los autores buscando citas o referencias a pensadores anteriores al estudiado.
Por ejemplo es destacable el trabajo del profesor Gabriel Calzada Álvarez, quien a partir de los libros de la biblioteca personal de Carl Menger, y a través de los libros de la biblioteca personal de aquellos libros que leían los autores que leía Menger, es capaz de trazar una línea de pensamiento, de transmisión de las ideas, que va directamente de la Escuela de Salamanca en la España del siglo XVI hasta el estudio de Menger en la Viena del XIX.


En el mundo académico actual es muy básico ese procedimiento de atribución de las ideas o de valoración de su importancia: se hace por la cantidad de veces que un autor o un trabajo es citado por sus colegas.
Este método es evidentemente muy imperfecto, pues se puede citar muchas veces un trabajo que tenga poca novedad, o que tenga poca calidad, y muy pocas otro trabajo de mucha mayor entidad, pero que no trate un tema que esté de moda (pues sí, también hay modas en la investigación, y son tan dominantes como la de la falda-pantalón de esta temporada). Amén de que el sistema genera incentivos al juego de yo-te-cito/tú-me-citas y ambos aparecemos más alto en el ranking científico.

Ya hay iniciativas que intentan valorar la importancia de un trabajo científico no solo por el número de veces que aparece citada en revistas académicas, sino también por el impacto que esa idea ha tenido en la sociedad en general. Así se valora el número de veces que ha aparecido en Facebook, twitter, los hipervínculos que ha tenido o diversos blogs.
Tengo la intuición de que queda muchísimo camino por recorrer en esa dirección, y lo que es más, que la gran cantidad de datos que hay en internet nos permitirían conocer muchísimo más la genealogía de las ideas, atribuir mucho mejor ciertas paternidades que ahora mismo están disputadas o mal atribuidas, generando tantas ideas bastardas.
Toda vez que el debate en economía se ha desplazado de las revistas científicas a los blogs (como el debate en economía en el XIX se realizaba más en panfletos y octavillas que en libros) y que por tanto casi toda la información sobre los debates en economía en los últimos años (¿10? ¿15?) está disponible para quien quiera utilizarla, sería muy útil explotar esa mina de datos que es la web para:
·      Por un lado conocer cómo se transmiten las ideas y saber cómo algunas de éstas se hacen víricas, se hacen memes. (Lo que sería de mucho interés para los que estamos interesados en transmitir ideas).
·      Por otro lado saber dónde y en qué contexto surgieron ciertos conceptos que luego se han ideo difundiendo.

Las ideas, en definitiva, son hijas de muchos padres, son de difícil genealogía, ya que vienen de una muy difícil familia: la de los intelectuales; y además son muy dadas a tener muchos hijos también con distintas paternidades (son muy p---- las ideas, ya lo saben).
Internet, con la mina de datos que supone para quien sepa cribar y trabajar en sus profundidades, puede ser una herramienta estupenda para atribuir paternidades, para conocer cómo se generan las virus que difunden las ideas.
Aquí dejo esta idea (que tampoco es mía, no se crea), ya solo queda rastrear en Google y en Google Scholar a través de los distintos años dónde se generó una idea, quién primero acuño el conceto.

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