Toda revolución es un cambio; y todo cambio puede ser moderado o radical, a mejor o a peor. Y normalmente las revoluciones no las terminan quienes las comienzan (pues suelen acabar muertos en ellas); sino aquellos más dispuestos a realizar transformaciones radicales, no tan solo moderadas mejoras.
La persistencia histórica es apabullante: casi siempre que hay una revolución, ya sea la Rusa o la Francesa, las del 48 (1848 se entiende) o las de del 68 (1968) siempre las comienzan los moderados, un grupo disconforme pero no partidario de cambios radicales ni de la violencia ni de la sangre; y las terminan aquellos que ya estaban organizados, aquellos que quieren a toda costa el cambio, que quieren la destrucción y están dispuestos a causar los mayores estragos.
Así en el caso del movimiento 15M en las primeras jornadas había una mayoría de ciudadanos con ideas más bien vagas y moderadas; sin embargo en las últimas semanas cada vez tenían mayor presencia los grupos más radicalizados que optaban por propuestas y formas cada vez más expeditivas.
No es que el movimiento 15M fuese propiamente una revolución ni que llegase a ser violento, pero sí muchos de sus miembros creían que estaban haciendo una revolución y algunos cuestionaron la no-violencia por la que abogaba una mayoría.
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